Dimas, así se llamaba uno de los ladrones que fueron crucificados a cada lado de nuestro Señor Jesucristo.

En el evangelio de Marcos 17 se relata que el otro ladrón, del que no se sabe nombre, dijo: “¿No eres tú el Mesías? sálvate a ti mismo y a nosotros”.

Más el otro (Dimas) respondió: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros con razón, porque lo hemos merecido con nuestros hechos, en cambio, éste nada malo ha hecho”.

Primero defendió a Jesús, lo mismo tenemos que hacer nosotros con nuestros hermanos, anunciar que Cristo padeció en la cruz siendo inocente, siendo Dios, perfecto y el bien supremo que existe.

Luego, el buen ladrón se dirige a Nuestro Señor: “Acuérdate de mí cuando vengas con tu reino”. Y Jesús le responde: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

San Dimas es el único santo reconocido como tal por el mismísimo Dios, es el único santo canonizado por Jesús, y también canonizado en vida.

Él se arrepintió en el último instante, con un arrepentimiento de corazón. Era el lugar que el Padre tenía preparado para él, para que se convirtiera.

Qué hermoso si nosotros también tuviéramos tiempo de arrepentirnos, de morir en gracia, acompañados de Nuestro Señor.

Solo con Él se puede lograr un arrepentimiento sincero, porque la conversión es también una gracia. Ver a Cristo nos mueve al amor puro, a llegar al cielo tan pronto nos vamos de este mundo.

Y desde que estamos aquí en la tierra podemos conocerlo, convivir con él en la Eucaristía, en las obras de misericordia, en la oración.

Dios quiera que un día, tarde, noche, nos encontremos con Él cara a cara, como lo han hecho los santos, como San Dimas.

Además, que de alguna forma, con penitencia, ayunos y obras de caridad nos unamos a su pasión, para confortarle, para compartir cruz, pues el Cielo está del otro lado de la cruz.

Mari Ramírez Vásquez

Comparte lo bonito