Dios cuida a los enfermos y a quienes los cuidan, sean sus familiares o no.
Cuidar a un enfermo implica necesariamente sacrificios que no todos están dispuestos a dar.
Y sí, el que cuida también necesita que lo cuiden, pero es el mismísimo Dios quien cuida al cuidador o cuidadora, porque sabe hasta dónde puede.
Le corresponde al cuidador confiar, porque no hay fe que no sea probada.
Es un regalo muy hermoso el poder cuidar a un enfermo, ayudar a Dios en su plan de salvación.
Habrá ocasiones difíciles, pero cuando el cuidador o la cuidadora está de la mano del Señor, nada puede perturbarle.
Es necesario confiar contra toda desesperanza, contra toda dificultad, porque incluso Jesús pasó por una cruz.
La vida eterna, la felicidad plena y verdadera, no está del lado de la salud o de los bienes, está del otro lado de la cruz, las enfermedades, las dificultades.
Dios puede con eso con lo que el cuidador o la cuidadora no puede.
Dios cura al enfermo cuando es bueno para su alma y esa curación le acerca al Creador.
Dios llama cuando la persona está preparada para ir a su encuentro.
Todo tiene un por qué, un para qué, un fin, y ese fin es la amistad con Nuestro Señor.
Hay cuidadores que viendo los sufrimientos del enfermo encuentran al Señor en esos ojos.
Esos ojos de amor, esa mirada de alguien que te conoce y te acompaña.
Hay cuidadores que no lo hacen por dinero, sino porque en el enfermo ven a Dios, además, cuándo no es tan fácil verlo, la persona se sabe amada, en gracia.
Dios cuida a los enfermos, y quiere que colaboremos con él en su plan, Él es misericordioso.
Puede curar el alma del cuidador o la cuidadora, puede sanar al enfermo, pero te necesita.
Necesita tu fe, que confíes en él, y colabores con su plan de salvación.