Nuestra Madre, la Virgen María, fue concebida sin pecado original por ser la madre de Dios, quien la preparó para ser madre del Salvador desde su concepción.
Nuestro Señor ve la vida de cada uno de nosotros como un todo, no la ve en forma lineal como nosotros, sabe que ella va a decir que sí, prepara a la Virgen desde su concepción.
Asimismo, si tú estás casado o casada, Dios prepara a la persona que elegiste antes de que la elijas.
Es un misterio el actuar del Señor, pero todo es obra de su amor incondicional, y la Virgen María, al darse a ella misma, Dios le da todo.
Cómo no guardar desde el principio a quien dijo sí a Dios, a quien dijo sí a la espera, al no entender incluso, a entregarse en cuerpo y alma.
Si tú te das a Dios, Él se da, y Él te da todo, no podemos darle algo que Él no nos da antes.
Todo es su gracia. Dispuestos nosotros, le dejamos actuar, sabiendo que sus caminos son perfectos.
La Virgen María fue concebida sin pecado original, tan importante es que incluso antes de la confesión el sacerdote dice “Ave María Purísima” y respondes “Sin pecado concebida”.
Nuestra Madre se regaló a ella misma, sin entender por completo el plan de Dios, pero disponiéndose a la espera, a la paciencia, al amor.
Nosotros también necesitamos entregarnos, en la medida en que Dios nos pida, aunque no entendamos por completo, hay que confiar.
Si Dios te pide algo, Él mismo es quien te lo da y quien lleva la obra que te pide a término.
Así lo hizo con María, Madre del Salvador, guardándola del pecado desde su concepción.
Ella dijo Sí, y Dios la preparó desde el principio.
Nosotros tenemos el pecado original, pero eso es nada en comparación con la gracia que Dios nos brinda.
Nosotros tenemos dificultades, pero eso es nada en comparación con la fuerza de Dios, que puede actuar si lo dejamos entrar.
Deja entrar al Señor, en tu corazón, en tu vida, Él cambia lo que eres en algo mejor de principio a fin.
María es la mujer inmaculada que dijo sí a la voluntad de Dios. Sí, una y otra vez.
Cuando la anunciación, la huida a Egipto, el niño en el templo, la crucifixión. Eso es la verdadera fe: un sí diario.
Decirle que sí a Dios en una continua conversión, perseverando. Que Nuestra Señora, Inmaculada, nos ayude a perseverar.
Bendito el vientre de la Virgen María, que guardó al Salvador del Mundo entero, dichoso su sí, y purísima su inmaculada concepción.
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