Había una vez un hombre un poco flaquito, a quien Dios no le dio una cara que llamara la atención de las mujeres, pero tenía una actitud bonita.
Era una persona que pensaba positivo, así las cosas no fueran bien. ¡Era un terco!
Si tenía una idea, veía la forma de hacerla realidad a cualquier precio. Sucedió que una tarde de verano, mientras tomaba su limonada, le cayó un enorme regalo del cielo.
Vaya que era inmenso, medía lo mismo que el jardín de su casa, ¡se había salvado al ir a buscar su celular! La cosa parecía una caja de cartón cualquiera, sin embargo no logró quitarla ni aunque estuvo empujando hasta la cena.
Al otro día, volvió a intentar sacar la caja de su jardín, y de nuevo, nada. Pero como el hombre era un terco, siguió intentando, y así pasaron los días.
Iba a trabajar, llegaba a su jardín y empujaba la caja, nada. Al mes de intentar y no lograrlo, le ayudaron dos de sus vecinos, que cansados pidieron un vaso de limonada, y se quedaron platicando, dejando de lado la caja.
El hombre volvió a empujar la caja solo, por tantos años que ya había juntado la experiencia de cinco rupturas amorosas.
Un día, este hombre, muy humanamente cansado, sin pareja y sin ilusiones, recibió la visita de un ser misericordioso que le dio un regalo gracias a Dios más pequeño que la caja en su jardín.
Se fue a bañar, cenó, y al final del día abrió la caja.
Era un cristal rectangular, bastante brillante, tanto que no sería grato sostenerlo con el sol en todo su esplendor. En el objeto, el hombre vio su reflejo, y se dio cuenta que había desarrollado unos músculos envidiables. No era el mismo hombre flaco sentado en su jardín tomando limonada. Era un tipo fuerte y con experiencia.
Ningún secreto es que todos hemos tenido problemas, en algún momento nos hemos sentido solos. Tú sabes, a veces se necesitan piedras en el camino para aprender a tomar mejores decisiones, a veces necesitamos esa caja para mejorar lo que somos.
De pronto estamos tristes por no encontrar el amor, pensar haberlo encontrarlo y sentirlo perdido, pasar por infidelidades, duelos, decepciones, problemas económicos, etc. Pero a pesar de todo, la vida no es canija (como decimos los mexicanos) si no la vemos de tal forma.
Claro que hay cosas tristes, que duelen mucho, sin embargo, si vas por la calle y te caes, te levantas, no te quedas ahí tirado todo el día ¿verdad? así, quien cae a un pozo oscuro busca la luz, y solo quien no busca no encuentra.
La tierra llena de está de maravillas y de cosas feas, porque ¿te imaginas si no fuera así? En el cuento, la caja llegó a la vida del hombre para hacerlo más fuerte.
Si las cosas son difíciles, si como aquel hombre, no podemos mover esa caja, esas rupturas amorosas, envidias, celos, esa gente que no entendemos, recuerda: nos tenemos a nosotros mismos, a Dios y a mamá.
Si miramos la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, vemos como está cargando al niño Jesús, y junto hay dos ángeles con una cruz, como diciéndole al pequeño lo que va a sufrir.
Hay dolores que tenemos que afrontar solos, porque necesitamos a uno de los sabios que nos conoce mejor; otros que es bueno hablar con la gente que nos quiere, para darnos cuenta el apoyo que tenemos.
Sea en el caminar solos o acompañados podemos buscar ese refugio. La imagen se llama del Perpetuo Socorro porque siempre está orando por nuestro bien.
Tal vez no la podemos ver en vivo y a todo color, pero se siente, con más intensidad en situaciones complicadas, y gracias a ella, seguimos adelante.
Las situaciones que nos hieren, las personas que nos caen mal, es nuestro proceso como católicos. Dios dejó juntos el trigo y la cizaña porque puede transformar la cizaña en trigo y porque incluso si la cizaña no se transforma, hace más fuerte al trigo.
Demos gracias por esa caja, y cuando sea demasiado difícil, María, como la Virgen del Perpetuo Socorro, es nuestro refugio amoroso, una madre.