Para experimentar la verdadera felicidad, a menudo buscamos en el exterior: creemos que necesitamos ciertas cosas o la compañía de ciertas personas.
Sin embargo, incluso cuando conseguimos esos objetivos, a veces nos encontramos aún insatisfechos.
Nos enfrentamos entonces a una pregunta crucial: ¿qué se necesita realmente para ser feliz?
En primer lugar, es fundamental reconocer que nadie puede ayudar a quien no está dispuesto a recibir ayuda.
Si no nos comprometemos con nuestra propia felicidad, nadie más podrá hacerlo por nosotros.
Si nosotros no nos decimos, no nos convencemos de hacernos felices, nadie lo va hacer por nosotros.
Debemos estar abiertos a las posibilidades y dispuestos a permitir que la gracia divina actúe en nuestras vidas.
La creencia en nuestra propia capacidad para enfrentar cualquier desafío es una ilusión; necesitamos más que fuerza de voluntad individual para superar los obstáculos.
Hay que estar dispuestos, abiertos, a la gente y también hay que estar dispuestos a que la gracia de Dios actúe en nosotros, porque no hay peor mentira que creer que podemos con todo.
Nosotros no podemos solos, es verdad que un paso es querernos a nosotros mismos, de ahí le siguen muchas cosas. Es verdad, el esfuerzo es bueno, mas el esfuerzo de uno solo no gana batallas.
Cuando todo va bien, expresamos gratitud por las bendiciones que disfrutamos.
Y cuando enfrentamos dificultades, encontramos consuelo en la confianza en la misericordia divina.
Las posesiones materiales son efímeras, pero nuestras oraciones y nuestra conexión con Dios perduran y nos acercan a un estado de verdadera plenitud.
Cuando sea difícil, solo pídele a Dios una cosa: su gracia. Eso lo es todo.
Cuando nos vaya bien: gracias, Señor, por esto que me permites disfrutar.
Cuando nos vaya mal: Señor, te ofrezco esto por amor a ti, y espero en tu misericordia.
Las cosas materiales fallan, se descomponen, no las podemos llevar a la vida eterna, pero las oraciones sí duran, y sí nos acercan a la meta.
Espero que todos ustedes, y yo también, estemos bien unidos a Cristo, y con su gracia seamos felices, seamos luz. Señor, danos tu gracia, solo Tú bastas.
La felicidad duradera proviene de estar unidos a algo más grande que nosotros mismos.
Con la gracia divina como nuestra guía, podemos irradiar luz y experimentar la verdadera alegría.
En nuestras aspiraciones hacia la felicidad, roguemos humildemente por la gracia de Dios, reconociendo que solo Él es suficiente para colmar nuestros corazones y traernos la verdadera felicidad.