Santo Domingo de Guzmán es uno de los grandes Santos Españoles, famoso por fundar la orden de Predicadores Dominicos y difundir una versión del Santo Rosario.
Ya su nacimiento estaba envuelto en leyendas; su madre soñó que llevaba en el vientre a un cachorro que despedía fuego y su madrina lo vio con una estrella en la frente iluminando al mundo.
Desde joven, Santo Domingo de Guzmán era estudioso. Sin embargo, no dudó vender sus libros y ropas para ayudar a los pobres cuando en España se desencadenó una gran hambre.
«No quiero estudiar sobre pieles muertas y que los hombres mueran de hambre», decía, por esto se volvió tan famoso e inspiró a algunas autoridades para seguir su ejemplo.
Por donde Domingo de Guzmán pasaba, dejaba el recuerdo de un hombre que oraba por otros.
Mientras era subprior, conoció a Diego de Acebes, y lo acompañó en un viaje a Francia encomendado por el Rey. Al darse cuenta de la existencia de herejes, Santo Domingo prefirió no dormir, a cambio de convencer al dueño del lugar donde se alojaban.
Ni el cansancio detenía su caridad. Debido a la forma de pensar de Diego (predicar como los mismos apóstoles), solo viajaban a pie y pedían pan de puerta en puerta.
Fundó, junto a Diego, un monasterio para albergar mujeres vendidas por sus familias a causa de la pobreza. Cuando Diego murió, los misioneros que viajaban con ellos regresaron a sus casas y Domingo se quedó casi solo.
Durante 10 años realizó un apostolado en Francia, donde reunió a un grupo de misioneros.
Evidentemente, su fama creció; movía a la gente, por lo cual los herejes se burlaban de él y hasta intentaron matarlo.
Si Domingo sospechaba de una trampa, cantaba. Sus enemigos se hartaron y le preguntaron por qué era así.
Domingo de Guzmán respondió que si lo encarcelaban, le quitaban los miembros y torturaban, la corona de mártir sería más grande. Le dejaron de tender emboscadas.
En 1215 un obispo, un conde y dos ciudadanos lo apoyaron para fundar la orden de predicadores, pero contaba con tan solo 16 compañeros. La orden solo tenía carácter diocesano, y si Domingo quería abrirla al mundo, necesitaba la aprobación del Papa.
Por el decreto de no aprobarse orden nueva, el Papa solo accedió después de soñar que Fray Domingo sostenía la Basílica.
Al regresar con los Fray de su congregación, se escogió la regla de San Agustín, y se añadió que los frailes deben hablar solo con Dios o de Dios.
Más tarde, Domingo tomó la difícil decisión de dispersar a los frailes, porque el grano de trigo amontonado se pudre. Además, los mandó a universidades.
Antes de su muerte en Bolonia, les dijo a sus compañeros que tuvieran caridad y humildad.
Estaba seguro que le esperaba la vida eterna, tanto que afirmó: les sería más útil por su intercesión que lo que había sido en vida.
La Orden de los Predicadores o Dominicos sigue creciendo y aumentando la fe del mundo entero. Gracias, Santo Domingo de Guzmán. Gracias, Señor.