Santa Mónica es patrona de las mamás y de las mujeres casadas. Como toda madre, ella se preocupaba mucho por su hijo y no cesaba de orar.
Las lágrimas, los dolores, las preocupaciones, todo se lo podemos ofrecer a Dios por alguna intención particular.
Tarde o temprano, todo lo que dejamos en manos de Dios da fruto abundante.
Mónica quería dedicarse a la oración y a la soledad, no obstante, sus padres tenían pensado a un hombre llamado Patricio.
Según todos los vecinos, Patricio era el hombre más difícil, pues se enojaba con frecuencia, eso, junto con sus vicios y fama de mujeriego, le debió causar dolores de cabeza a Mónica, pero ella tenía una estrategia infalible: se necesitan dos personas para pelear.
Aunque Patricio gritaba, Mónica callaba con paciencia y mucha esperanza.
Gracias a Dios, su esposo recibió el bautismo en el año 371, poco antes de ser llamado al cielo.
Mónica tuvo tres hijos: dos varones y una mujer. El que más le preocupaba era Agustín, el mayor.
Agustín tenía diecisiete años cuando su padre murió. Desde tan temprana edad era fácil notar su inteligencia para los estudios, sin embargo, a Mónica le llegaban noticias nada gratas sobre el modo de vivir de su hijo.
En cierta ocasión, ella estaba muy triste por la pérdida de espíritu de Agustín, entonces escuchó: «Tú hijo volverá contigo».
Agustín llegó al momento frente a ella, y de verdad estaba muy perdido, pues le dijo que lo que había escuchado significaba que ella también se iba a volver maniquea.
Mónica replicó: «No me dijeron que la mamá iría a donde el hijo, sino que el hijo iba a volver».
Nueve años faltaban para aquella conversión, y ella lloraba. En otra ocasión, un obispo le dijo: «Es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas».
San Ambrosio fue quien ayudó a la conversión de Agustín de Hipona.
Es bueno encomendarse a Santa Mónica, no solo las mujeres, sino también como estudiantes o trabajadores. Así sean diez minutos al día de oración, pero confiados en la misericordia de Dios, todo se puede lograr.