San Rafael Guízar y Valencia fue un Obispo que demostró un amor hacia Dios y al prójimo, tanto en su obispado como en el resto de su vida terrena, nació el 26 de abril de 1878. Asistió a una escuela parroquial y, más tarde, ingresó al Seminario de la Diócesis de Zamora.
En Pentecostés de 1901, recibió la Ordenación Sacerdotal, cuando contaba con 23 años de edad.
Para Rafael Guízar y Valencia «Ganar almas para Dios», era el gran reto de su vida. Esto lo lograba mediante las misiones predicadas, tanto en el territorio mexicano como en Cuba, Guatemala, Colombia y el Sur de los Estados Unidos. Intervenir heroicamente, salvando almas, es una acción difícil pero enriquecedora.
Durante la Revolución Mexicana en 1910, disfrazado de vendedor (porque era época de persecuciones), ayudó a enfermos y moribundos del movimiento armado.
Obispado De San Rafael
El 1º de enero de 1920, partió rumbo a Veracruz en el navío llamado La Esperanza, y después de llegar al Puerto, se dirigió a la Ciudad de Xalapa, Sede de su Obispado.
Enfrentó un gran terremoto que devastó a Xalapa, y dejó sin hogar a muchos de sus hijos. Monseñor Guízar se dio a la incansable tarea de ayudar a quienes lo necesitaban y a visitar personalmente las regiones más afectadas, llevando la palabra del Señor y víveres para asistir a los dañados por el sismo… Vivió destierro de su patria, hambre, y encima tenía siempre algo que dar al prójimo.
Oración Para Después De Recibir La Eucaristía
Jesús mío Sacramentado, cuán triste y fatal es la impresión que se apodera de mí, al contemplar a mi pobre alma hundida en el mar inmenso de las miserias mundanas, donde no se encuentra ni el más ligero rasgo de la vida que sustenta el verdadero amor.
Mas al dirigir mis miradas hacia este Augusto Sacramento, allí descubro el Sol Divino, a la Caridad ardiente de infinita grandeza, a un corazón que se encierra dentro de tu deifico pecho, el que desea con viva ansiedad formar un grande incendio en mi alma, para abrazarla con el fuego de tu amor.
Oh, Padre amado, si deseas estar conmigo para vivificarme con tu caridad, yo soy el ciervo sediento que desfallecido por la sed que me devora, para saciarme busco las aguas cristalinas que se contienen en tu amorosísimo Corazón.
Como la flor del campo busca con ansiedad los rayos del sol para conservar la vida y su frescura, mi alma te busca a ti, oh, amado mío, para que me des la vida que tanto necesito para alcanzar el cielo. Sin ti, Señor, sólo encuentro las sombras de la muerte.
Tú eres el pan que descendió del cielo, tu Carne es verdadera comida; y tu Sangre, verdadera bebida; de tus divinos labios brotaron aquellas preciosísimas palabras llenas de fuego y de amor divino: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
¿Qué haré yo, pues, en este escabroso destierro de la vida sin tu amor que forma el camino para el cielo? ¿Qué será de mí sin ese Sol vivísimo que destruye las horribles tinieblas de este mundo? ¿Qué haré para librarme de la muerte si me alejo de Ti?, que eres la Caridad ardiente y fuente de la vida sobrenatural.
Ven, Jesús mío Sacramentado; ven a mi pobre corazón que tanto te necesita; no te detengas; estoy ansioso por comer el Pan Eucarístico; esa Hostia Santa descienda cuanto antes, al interior de mi alma, para que mi corazón se una íntimamente con el tuyo como se unen dos gotas de cera candente cuando caen en el mismo lugar; y abrazada así mi alma en tu ardiente caridad, el purísimo amor que encierras dentro de tu pecho sostenga mi vida espiritual, me libre de la corrupción del mundo y me conduzca hasta lo más alto de los cielos, para continuar amándote en aquellas mansiones eternales.