¿Te imaginas ser devorado por fieras como leones?
Hay emperadores romanos que persiguieron a la Iglesia católica, pero no pudieron eliminarla, porque está cimentada en Cristo.
En tiempos del emperador Trajano, allá por los años 98 a 117, vivió Ignacio, uno de los padres de la Iglesia y segundo en suceder a San Pedro.
San Ignacio de Antioquía llegó por el camino más directo al cielo.
De camino a Roma, donde fue su martirio, dirigió cartas con ánimo de que los fieles se mantuvieran firmes en la fe.
De hecho, es el primero en llamar católica a la Iglesia, considerando la universalidad que le debe de caracterizar.
Se preocupó particularmente por la unión de los fieles, pues entre sus cartas exhortaba a servir a Dios unidos con el obispo.
Esta es su frase más famosa antes de morir devorado por las fieras: «Soy trigo de Dios y he de ser triturado por los dientes de las fieras para convertirme en pan puro de Cristo».
Así, junto a otros santos que pasaron por el martirio, nos demuestra fortaleza, fe y esperanza total en la vida eterna.
La vida que Cristo ganó para nosotros muriendo y resucitando, pero que nosotros debemos tener cuidado de no perder.
San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan, aún así decía que apenas comenzaba a ser discípulo.
Ya imaginaba su martirio, de camino con semejante escolta hambrienta y feroz.
Rogaba a sus fieles que no le impidieran llegar a Jesucristo, que no le impidieran ver la luz.
«Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón».
Él estaba dispuesto a morir a esta vida por Cristo, porque sabía que Cristo le había dado la vida y se la devolvería.
Hay una confianza, una fortaleza, que solo Dios puede dar.
Los católicos estamos llamados a entregar la vida, quizás no en el mismo mártirio, pero sí a no poner nuestro corazón en lo que se acaba.
La vida eterna, que Cristo ganó, que nos regala, no se nos puede ir de las manos.
Por eso, hay que permanecer unidos, orantes y con esperanza. Dios sabe hasta donde podemos. Y cuando no podemos, Él puede.
Ser devorado por las fieras no era nada, para San Ignacio de Antioquía, era el camino hacia la vida eterna.
Quizás tú no tienes fieras enfrente, tienes otros problemas, pero podrás en unión con Cristo, porque Él es la fortaleza y la esperanza hecha carne.