Dios, teniendo todo el poder, quiso venir al mundo como un niño, quiso valerse de sus padres.
Desde ahí, el Señor nos enseña a ser humildes, a hacernos pequeños y no decir cosas en plan «Yo hago esto», «Yo merezco esto».
Nadie merecía que Él viniera, nadie lo merece aún, pero Dios se valió de su esclava humilde, la Virgen María, y vino a Salvarnos.
Es importante reflexionar sobre lo que realmente estamos buscando. ¿Son regalos materiales lo que llenará nuestros corazones?
¿O es el tiempo con nuestra familia lo que verdaderamente anhelamos? Al final de cuentas, todo se reduce a una sola cosa: el amor.
Buscamos amor, y esta búsqueda es completamente válida siempre y cuando tengamos en nuestro corazón el amor más grande de todos, el amor de Dios.
Alégrate, porque el Señor, que es la luz verdadera, iluminará tu hogar con su paz.
El amor que ofrece el mundo es tan poco comparado al amor de Dios, solo en Nuestro Señor encontramos el verdadero amor y felicidad.
Esa es la verdadera riqueza, eso es lo que llena de sentido nuestras vidas.
Por eso, hay que ser sabios, buscando al Salvador, que ya vino hace mucho tiempo, pero que es su deseo nacer en nuestro corazón.
Abre la puerta a la alegría, porque Dios quiere obrar en ti, es tan respetuoso que necesita tu permiso.
Respeta tanto tu libre albedrío que espera pacientemente tu permiso para entrar en tu vida.
Y nosotros podemos elegir confiar en Él, quizás no sabemos cómo, cuándo, dónde, lo importante es que actúa.
Siempre actúa en favor nuestro, y sí, a veces nosotros mismos somos nuestros peores enemigos.
En vez del pecado, elijamos la gracia.
En vez de la oscuridad, la luz que ilumina las naciones.
Ábrele un lugar al Señor en tu corazón, confiando plenamente, sin temor, pero con la total certeza de que lo que haces es de Dios.
Así pasarás la navidad más feliz. Dios te bendiga hoy y siempre.
