La fe es como el oído para escuchar la palabra de Dios, es el receptor por el cual recibimos las enseñanzas.
Si nuestros oídos están cerrados, ningún grito, por más estruendoso que sea, logrará hacer penetrar el mensaje en nuestra conciencia.
Gracias a Dios, muchos tenemos buen oído en el sentido humano, otros pasados unos años tienen que usar un aparato.
El diablo no es tonto, ataca con mayor fuerza a aquellos que están más cerca de Dios. Su objetivo es debilitar nuestra fe, sembrar dudas y confusiones en nuestras mentes.
Pero si nos enfrentamos a sus artimañas es porque Jesús ha sembrado en nosotros la semilla de la verdad, la semilla de la fe.
No permitamos que los frutos que esta semilla puede dar se pierdan por el camino.
En este viaje espiritual, cada uno de nosotros puede optar por seguir dos caminos: el del hombre poseído por sus propios miedos y egoísmo, o el del discípulo que difunde la palabra de Dios con amor.
Recordemos siempre que la salvación que nos ofrece el Señor no llega por casualidad. Es necesario buscarlo activamente, creer en su poder transformador y en su amor incondicional.
No nos dejemos impresionar únicamente por los milagros que Él puede obrar en nuestras vidas, sino que busquemos profundizar en su enseñanza, en su ejemplo de vida.
Aunque el Señor viene a salvarte, debes buscarlo, creer en Él, porque es el hijo de Dios y no solo porque te impresiona su poder.
Es fácil perderse en el trajín diario, en las responsabilidades familiares y en las preocupaciones cotidianas. Pero no olvidemos que nuestra familia misma es un regalo de Dios, una muestra tangible de su amor por nosotros.
Escuchemos a nuestros seres queridos, estemos atentos a sus necesidades y aprendamos de ellos el valor de la entrega desinteresada.
Busca al Señor de los milagros, no el milagro.
Aunque estés cansado y te dediques a tu familia, recuerda que Dios te permite tener una. Te deja tener una familia y escucharlos.
¿Por qué es tan difícil comprender la voluntad de Dios para con nosotros? Quizás sea porque permitimos que otros ruidos, otras voces, ocupen el lugar que le corresponde al Señor en nuestras vidas.
No dejemos que otros ruidos, nuestra poca o nula fe nos impidan escuchar, el mensaje ahí está, aunque sea el mismo, nos transmite diferentes cosas a cada uno de nosotros, y entre todos podemos enriquecernos espiritualmente.
Así que levantémonos y vayamos en su búsqueda. No busquemos únicamente los milagros que puedan saciar nuestras necesidades temporales, sino al Señor de los milagros mismo.
Ve a buscarlo, está en el sagrario, en la eucaristía, en el pobre, en el enfermo.
Si sentimos que nuestra fe flaquea, pidámosle al Señor que nos la fortalezca, que nos conceda el don de escuchar su voz en medio del bullicio del mundo, y que nos dé la gracia de transmitir su mensaje con amor.