Juan Bautista ofrece un poderoso testimonio de Jesús al proclamar: «Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Estas palabras, cargadas de significado, pueden resultar difíciles de comprender en algún momento de nuestra vida.
Quizá no le conocemos, aunque recibimos el bautismo y los demás sacramentos. Tal vez nunca terminemos de conocer su infinita bondad, sino hasta estar con Él en la vida eterna, pero eso no cierra la puerta a que un día podamos dar testimonio, pues las puertas del cielo que estaban cerradas, las abrió.
Dios se revela de muchas formas, quizá no como teníamos pensado, pero lo hace. Una forma de abrir nuestros oídos a Su Gracia es orar, y por eso te invito a ofrecerle esta oración:
Señor Jesús, gracias por ofrecerte para el perdón de mis pecados. Por favor abre mis oídos y dime eso que tú quieres le diga a mis seres queridos o a las personas con las que me relaciono.
Que yo también pueda decir «No lo conocía, pero doy testimonio de que es el hijo de Dios». Que al recibirte me dé cuenta de que actúas en mi vida.
Querido Jesús, guíame, y con tu amor, dame la fuerza para no soltarme de ti, para hablar de lo maravilloso que eres, tanto con mis palabras como con mis obras. Fortalece mi corazón, Señor, para Gloria tuya. Bendito Seas.
Recuerda que dar testimonio es mucho más que transmitir una información verdadera: Un árbol bueno da frutos buenos, eso es la verdad, el testimonio se refiere a cuando se conoce un árbol por sus frutos.
Como dijo Jesús, «Por sus frutos los conoceréis». Un buen testimonio se manifiesta en los frutos que producimos, reflejando así la verdad de nuestro encuentro con Cristo.
La vida de cada creyente debe reflejar el amor y la gracia de Dios a través de sus acciones y palabras.
Participando en la liturgia, los sacramentos, las obras de caridad, se fortalece el testimonio colectivo de la Iglesia.
Además, la unidad en la fe y el testimonio de vida de una comunidad inspira a otros a buscar a Dios y a experimentar su amor.