Nadie viene al mundo ni se va por sí solo, es con la gracia de Dios y la colaboración de nuestros padres y familiares que logramos vivir.

A veces los padres no tienen tiempo, tienen sus trabajos y por ello dejan a los hijos con los abuelos. ¿Qué sería de nuestra vida si nadie nos contara cómo fue la vida antes?

Nuestros abuelos llevan más vida recorrida, tienen más historias, están llenos de sabiduría. Han sido nuestros segundos padres.

Cuando estamos en nuestra juventud o edad adulta, cuando estamos en pleno vigor y ellos en necesidad, Dios nos llama a ir en su ayuda.

Así como ellos han sido una fortaleza en nuestra vida, nos vamos convirtiendo en una fortaleza para la suya.

Quizás nunca imaginamos el estado en que los veríamos un día, antes fuertes, y entonces débiles.

Nadie viene al mundo ni se va por sí solo. Dios no lo quiere ni lo permite, nos da infinidad de motivos para estar al lado de nuestros abuelos.

Ya sea por agradecimiento, por respeto, por caridad, estar al cuidado de alguien que te cuidó es algo valiosísimo.

Ni con todo el dinero del mundo se puede comprar más tiempo con nuestros seres queridos, más vida para nosotros o salud.

Pero sí se puede aferrarnos a Dios, en la Eucaristía, en el pobre, en el enfermo, y mantenernos con Él. Es con Él, por Él y en Él que el hombre encuentra todo lo que necesita.

Los abuelos son pilares de familia y de sabiduría, en cuyo hombro reposamos un día, y en nuestro hombro tienen derecho de reposar.

Dale todo el cariño que puedas a tus abuelos mientras los tengas, y cuando ya no los tengas, tenlos aún en tus oraciones.

Fueron elementales en la creación para tu creación, sé para ellos en su enfermedad, en su ancianidad, un motor de vida.

Si bien entre más mayores nos hacemos más dolencias tenemos y más quejas, cuando más débiles somos más fuertes somos.

Porque estamos bajo el amparo del Señor y de las personas a nuestro alrededor, además, se va difuminando la soberbia de nuestra juventud, cuando nos sentíamos con vigor.

Es el alma el que llega a Dios, el cuerpo es temporal, entonces la enfermedad de este mundo dura lo que dura el mundo: un suspiro.

Y las obras que hagas al necesitado, incluyendo tu familia (aunque estés más obligado con ellos), todo eso te lo llevas para presentarlo al Señor cuando sea tu hora.

No nos vayamos de este mundo por sí solos y sin obras, vivamos por siempre en compañía del Señor y de nuestros familiares.

Mari Ramírez Vásquez